martes, 11 de noviembre de 2008

Amor y pedagogía:



En mi blog os dejo los dos comentarios que nos encargo nuestro profesor, el señor Javier. Mis comentarios son del capitulo 3 del libro “Amor y pedagogía”, que es uno de los libros que salé en la selectividad.
Espero que si algún compañero no está de acuerdo con lo que pongo lo comente y si está de acuerdo pero quiere poner algo más, yo estoy encantado.

Fragmentos:

Primer fragmento:

Ya tenemos al niño, al sujeto, y ahora surge el primer problema, el del nombre. El nombre que a uno le pongan y que tenga que llevar puede hacer su felicidad o su desgracia; es una perpetua sugestión. ¿No se oye decir a muchos: Me debo a mi nombre? ¡Cosa ardua el cómo me llamen y cómo me llame a mí mismo!

Este fragmento, nos habla sobre los niños como podéis ver. Nos dice que una vez tenemos el niño, nos viene un primer problema, que es el del nombre que le tenemos que ponerle, porque depende del nombre que uno lleve puede hacerle cambiar, y yo creo que en muchos casos el nombre puede influir a la manera de ser.
Lo que ya no estoy tan de acuerdo, es de que según el nombre puedas ser feliz o no, porque creo que esto puede ocurrir pero en muy pocos casos y diría e incluso que en muy pocos casos va relacionado el nombre con la felicidad.



Segundo fragmento:

El nombre tiene que ser griego, por ser la lengua griega la de la ciencia; sonoro y significativo además. Relee Carrascal la carta en que el singular filósofo don Fulgencio ha contestado a su pregunta y que dice así:
Hay quien lleva como un castigo su nombre, como joroba que al nacer le impusieron. En rigor, debía aguardarse a que el hombre diese sus frutos para ponerle nombre a ellos ajustado; mientras no ostente carácter propio no debía tener más que nombre provisional o interno, ya que no fuese anónimo. Los pseudónimos y los motes son más verdaderos que los nombres legales, ya que apenas hay cosa legal que sea verdadera, y la que verdadera resulte será a pesar de su legalidad, jamás merced a ella. Y luego propone don Fulgencio varios nombres, entre los cuales Fisidoro, don de la naturaleza; Nicéforo, vencedor; Filaletes, amante de la verdad; Aninceto, invencible; Aletóforo, portador de la verdad; Teodoro, don de Dios, y Teoforo, portador de Dios, entendiendo por Dios lo que por él entiende el singular filósofo; Apolodoro, don de Apolo, de la luz del Sol, padre de la verdad y de la vida… Avito vacila, inclínase a Apolodoro por lo simbólico, y sobre todo por empezar como Avito con A, lo que ha de permitir que se sirvan padre e hijo de un mismo baúl y que no haya que cambiar las iniciales de los cubiertos: A. C. sólo tiene inconveniente de eso de Apolo, una deidad pagana, un forma de superstición, dígase lo que se quiera. Aunque por otra parte lo de Apolo no puede entenderse ya mñas que como un símbolo, un símbolo del Sol, de la luz, del generador de la vida. Va a decidirse por Apolodoro, y la voz interior: Caíste ya y vuelves a caer, y caerás cien veces y estarás cayendo de continuo; transigiste con el amor, con el instinto, con lo carnal; transigirás con la superstición pagana y tu hijo llevará siempre como un estigma ese nombre y le llamarán abreviándoselo: Apolo; mejor es que le llames Teodoro, que al cabo es nombre más corriente y llano y equivale a lo mismo, pues ¿qué va de Apolo a Dios? . Y Avito contesta a ese importuno demonio que al enamorarse le entró, diciéndole: No, no es lo mismo Apolo que Dios, no equivale Teodoro a Apolodoro, porque en Apolo no cree ya nadie y no pasa de ser una meraficción poética, un puro símbolo, mientras aún quedan quienes creen en Dios, y así si le llamo Apolodoro nadie supondrá que pueda yo creer en la existencia real y efectiva de Apolo, mientras que si le bautizo, digo, no, si le denomino Teodoro, podrá creerse que creo en Dios. De Dios se podrá hablar, podremos hablar los hombres de razón, cuando nadie cree en él, cuando sea un puro símbolo… ¡entonces sí que nos será útil!. Y la voz: Has caídp, has caído y volverás a caer cien veces, y estarás cayendo sin cesar… ¿ si pudieras llamarle A. B. C. o X., como por álgebra? Tan derogación es llamarle Apolodoro como Teodoro; ponle un nombre sin sentido, algébrico, llámale Acapo o Bebito o Futoque, una cosa que nada signifique y a que dé significado él; mete en un sombrero sílabas, saca tres y dale así nombre. Y Avito replica: ¡Cállate!, ¡cállate!, ¡cállate!, ¡cállate!, y se queda con Apolodoro, salvo confirmárselo o rectificárselo según los frutos que dé.


Este fragmento, nos dice que el nombre que llevará el niño, puede determinar su carácter. Partiendo de esta idea, plantean que deberían ponerle un nombre griego porque ésta es la lengua de la ciencia, una cualidad que les parece conveniente.
Menciona que mucha gente está castigada por el nombre que lleva. Y que los pseudónimos y motes que uno tiene son más ciertos que los nombres, puesto que en el caso de dichos motes son los nombres que se adaptan a la forma de ser de la persona y no al revés; es decir que nos definen más que los nombres en si.
Él hablante del texto opina que no tendríamos que poner nombre hasta que no viéramos como es el hombre, es decir según su temperamento se le asignará un nombre u otro.
Se sugiere nombrarlo Apolodoro, a parte de por el significante que éste conlleva, porque empieza por A como el nombre de su padre.
Dado que se da un seguido de discrepancias en motivo de la elección del nombre que pudiera ser más acertado, No le quiere llamar Teodoro porque, este nombre podrá creerse que cree en Dios y le gusta más Apolodoro.
También vemos que Avito le quiere poner un nombre con significado, es decir no unas silabas sin significado, como por ejemplo marxa, sino un nombre que se pueda definir con un significado decente, y vemos que dice que si se cambiara, seria por su forma de ser.
Auries nos habla del nombre provisional, que el nos redacta que tendríamos que poner un nombre cualquiera al niño, y según su manera de ser, su carácter, sus pensamientos, etc. Le tendríamos que nombrar de una manera o de otra.




Un saludo.

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